jueves, 14 de agosto de 2014

PRIMERA PARTE DE "UNA CARTA DE AMOR"

Hola a todos.
Si hace poco subí a este blog la segunda parte de mi relato Una carta de amor, me he decidido a subir la primera parte de este bonito relato aquí.
Espero que os guste la historia de amor entre Jane y William.

                     UNA CARTA DE AMOR

               ISLA DE ANGLESEY, EN LA COSTA DE GALES, 1801

         Mi amada Jane:

             Hace sólo unas horas que nos separamos. Sin embargo, cuento los minutos que faltan hasta que nos volvamos a ver. Releo las cartas que me has escrito a lo largo de estos meses. Parece que fue ayer cuando nos conocimos. ¡Y no ha pasado ni un año! 
             Fue hace un año. Estabas dando un paseo por la playa de Rhosneigr. Ibas acompañada por una amiga tuya. Os oía hablar. Os reíais. No recuerdo bien el nombre de tu amiga. Me parece que se llamaba Kate. Pero no estoy del todo seguro. 
            Bajé a la playa aquella tarde como hacía siempre. Buscando estar solo. 
            Siempre me has preguntado el porqué busco la soledad. Nunca he sido un hombre sociable. Prefiero estar solo que estar rodeado de gente. Jane, te ríes de mí. Dices que me estoy convirtiendo en un anciano cascarrabias. 
              Sólo soy cinco años mayor que tú. No creo que me esté haciendo viejo. Aquella tarde, en la playa, no pude estar a solas con mis pensamientos. De pronto, oí el sonido de unas risas de mujer. Miré hacia mi izquierda y os vi. A ti y a tu amiga Kate...Os estabais acercando poco a poco al lugar donde yo estaba sentado en la arena. Me sentí tentado a ponerme de pie y marcharme. Pero no lo hice. Entonces, las dos llegasteis a mi altura. Tú me saludaste. 
             ¡Pensé que estaba viendo un ángel cuando te vi por primera vez, Jane! Tan rubia...Tan bonita...Con tus dulces rasgos...
             Pronto, supe que tenías una legión de pretendientes. Según me contaste una vez, buscaban tu inmensa dote. 
 -Buenas tardes...-me saludaste. 
             Para horror de tu amiga Kate, te presentaste. Y yo te besé la mano con arrobo. A partir de ahí, empezó todo. 
             A partir de aquella tarde, empezamos a vernos en secreto en cualquier parte. Yo sólo era un escritor que vivía hospedado en una modesta pensión. Soy muy poca cosa para una joven como tú, mi amada Jane. 
               La siguiente vez que nos vimos fue en la tienda que está en el centro de Beaumaris. Una sombrería...Tú estabas con tu madre probándote sombreros y yo pasaba por allí. Nuestras miradas se encontraron en el cristal del establecimiento. Tu madre estaba entretenida hablando con una amiga y aprovechaste la ocasión para salir a saludarme. 
-¡Señor Harding!-me llamaste. 
-Celebro veros de nuevo, señorita Deverell-te contesté.
-¡Oh, puede llamarme Jane! ¡No soy tan vieja!
-No conozco a mucha gente en Beaumaris. 
-¿Lleváis poco tiempo viviendo aquí?
-Apenas hace unos meses que me instalé. Busco inspiración para escribir. 
-¡Un escritor! ¡Qué emocionante!
            Tenías la sonrisa de un ángel en aquel momento. Un carruaje cerrado pasó por detrás de mi espalda. Te apartaste para dejar el paso a un matrimonio que bajaba la calle. Pero no querías meterte dentro de la sombrería. 
-Tenemos que vernos más a menudo-me sugeriste. 
              Más tarde, supe que te había costado trabajo mostrarte tan abierta conmigo. Siempre has sido más bien tímida. No sé lo que viste en mí que te atrajo. Yo te hice una cordial reverencia. 
-Lo mismo digo-te contesté. 
              Te metiste de nuevo dentro de la sombrería. Y vi cómo te colgabas del brazo de tu madre. Pero no dejabas de mirarme. 
               A los pocos días, caí enfermo. Tuve mucha fiebre y me dolía mucho la cabeza. El médico que me atendió me dijo que padecía una severa gripe. Para mi sorpresa, acudiste a visitarme. Aún delirando a consecuencia de la fiebre, pensé que eras un ángel. 
-¡Señorita Deverell!-exclamé al verte en mi habitación-¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Y, encima, sola! ¿Os habéis vuelto loca?
-Oí decir a mi doncella que estabais enfermo-contestaste-De modo que he decidido venir a veros. Espero que mi presencia no os incomode. 
              Te sentaste en una silla junto a mi cama. 
-¡Pensad en vuestra reputación!-insistí-Sois una joven soltera. Estáis en edad de casaros con un buen partido. ¡Y estáis aquí sola! ¿Qué van a pensar de vos?
              Me sonreíste. ¡Qué sonrisa más bella! Querías tranquilizarme. 
-No dirán nada de mí, señor-me aseguraste.
-Hay mucho chismoso por la ciudad suelto-te recordé-Pensarán que...Bueno...
-Van a pensar que vos y yo tenemos un romance. Yo también lo he pensado. 
-Deberíais de iros, señorita Deverell. Lo digo por vuestro bien. No quiero que se vea envuelta en una situación comprometida por mi culpa. 
            Llenaste mi vaso con agua y me lo serviste. 
            Finalmente, pude recuperarme. Para mi sorpresa, recibí una invitación de tus padres para ir a verles. Era la hora del té y tu madre y tú me estabais esperando en el salón. Nos sentamos a dar cuenta del té que sirvió una de vuestras criadas acompañado por galletas. 
-Mi hija me ha hablado de vos, señor Harding-me dijo tu madre-Debo decir que le ha causado una gran impresión. Dice que lleva viviendo poco tiempo en Beaumaris. Supongo que estará de paso. 
-No sé el tiempo que voy a permanecer en este sitio, señora Deverell-le expliqué. 
-¡Ojala os quedéis aquí a vivir!-exclamaste-Aquí han vivido dos escritores bastante conocidos. Goronwy Owen es uno de mis poetas favoritos. 
-No conozco su obra-te comenté.
-Creo que tengo un libro suyo de poemas en mi habitación. Si queréis, os lo puedo prestar. Lo he releído ya muchas veces. 
-Sois muy amable, señorita Deverell. 
                En aquel momento, llegó tu padre a casa y pasó al salón a saludaros. 
-Veo que tenemos un invitado-observó al verme. 
               Me puse de pie para saludarle y él me estrechó con fuerza la mano. El rato que pasé allí pude ver cosas en las que no me había fijado. Vi que erais una familia que estaba muy unida. Tu padre, tu madre y tú. Los tres estáis unidos como una piña. 
-Es escritor, papá-le dijiste a tu padre.
-¿Qué escribís?-me preguntaste. 
-Escribo cuentos-respondí. 
-Un trabajo sano y honrado...Sois bienvenido a mi casa, señor Harding. Espero veros mucho por aquí. 
-Para mí es todo un honor, señor Deverell. 


                         Las visitas a tu casa se hicieron cada vez más frecuentes. Me comentaste un día que tu institutriz había terminado harta. Había querido enseñarte a tocar el piano. Pero resultó que tú eras una nulidad para la música en general. Lo contabas de un modo que no pude evitar reírme. Yo también aborrezco la música. No sé tocar el violín. Te reíste cuando te lo conté. 
             Un día, estando yo en el salón de tu casa, apareció tu amiga Kate. Por lo que sé, estaba prometida. Su prometido era un teniente del Ejército británico con una fama terrible. Al llegar al salón y verte, Kate se abrazó a ti. 
-¡Es un canalla y un miserable!-sollozó. Estaba sufriendo un ataque de nervios-Me ha hecho promesas que no piensa cumplir. 
-¿Qué ha pasado, Katie?-le preguntaste.
           Os sentasteis las dos en el sofá. Yo miraba la escena sintiéndome impotente. Me daba pena tu amiga. 
-Dijo que se casaría conmigo en unas semanas-respondió Kate-Pero era mentira. No está enamorado de mí. Su amor es otra mujer. Y...
               Se cubrió el rostro con las manos. Al parecer, Kate sí estaba enamorada de su prometido. Su amor no era correspondido. 
              Le cogiste la mano y se la oprimiste para consolarla. 
-Mis padres no van a hacer nada-se lamentó tu amiga-Mi padre me odia. Y mi madre nunca se ha preocupado por mí. ¡Estoy sola, Jane! ¡Sólo te tengo a ti!
-Papá irá a hablar con ese malnacido y ajustará cuentas con él-decidiste-Se lo diré. Mi padre te quiere como a una hija. Cálmate, Jane. No merece la pena que llores por ese miserable. Puedes quedarte aquí a pasar la noche. Se lo diré a mamá. 
             Kate negó con la cabeza. Quería estar a solas para llorar su pena. La mirabas con honda preocupación. Deseé poder hacer algo. Pero no sabía el qué. 
-Sois una joven muy bella-intervine-Hay muchos hombres en el mundo. No vale la pena que lloréis por quien no lo merece. Secad esas lágrimas. Piense que sois afortunada por haber descubierto la verdad a tiempo. No todas las mujeres tienen esa suerte. ¿Qué es lo que queríais? ¿Vivir en un engaño? Habría sido terrible para vos. No os lo merecéis. Algún día, encontraréis a un buen hombre que os amará de verdad. 
-Jane iba a ser mi dama de honor-se lamentó tu amiga. 
-Papá ajustará las cuentas con ese malnacido-insiste-Pero el señor Harding tiene razón. No merece la pena que sufras por él. 
               Kate se abrazó de nuevo a ti. Y lloró durante un largo rato. Después, te dijo que tenía que regresar a su casa. No quería molestarte. Al despedirse de mí, me dio un beso en la mejilla. Y me dio también las gracias. 
-Sois muy gentil, señor Harding-me dijiste. 
               Negué con la cabeza. 
-Sólo he dicho la verdad-afirmé. 
              Tú también me diste un beso en la mejilla. 
-Sois muy amable conmigo-añadiste-Y también sois muy amable con la gente que me quiere. 
             Me volviste a besar en la mejilla. Tu acción te asustó. Saliste corriendo del salón. 
              Esa noche, me di un largo baño en la bañera. Durante el baño, me bebí una botella entera de vino. Necesitaba no pensar. Quería entontecerme. Pero no lo conseguí. Pensaba una y otra vez en ti, Jane. En lo maravillosa que eras. Me recreé en tu dulzura. Pero tú eras una dama. Y yo no era nadie. Me estaba enamorando de ti, Jane. Quería alejarme de tu vida, pero no podía alejarme de ti. Era incapaz de hacerlo. 
             Sé que Kate y tú habéis estado en Cardiff. Habéis acudido juntas a bailes. Habéis sido cortejadas por petimetres obsesionados con la moda. Habéis ido juntas a pasear. A comprar. Al teatro...
               Tus padres me reciben con amistad en su casa. Pero ellos no me ven como un buen partido para ti. Piensan que te casarás con alguien de más rango y abolengo. Me lo han dicho ellos mismos. 
              Te he visto a la salida de la Iglesia. 
               Los dos vamos a la Iglesia de Santa María. 
              Siempre acudes a Misa de doce los domingos. Acudes acompañada por tus padres. Os sentáis en el primer banco. Yo suelo sentarme siempre en el último banco. Sabes que te estoy observando. Cuando piensas que nadie te ve, te giras para mirarme. Nuestras miradas se cruzan mientras el sacerdote está pronunciando su sermón. Me pregunto en qué estás pensando. Quiero saber qué ideas te rondan por la cabeza en esos momentos. Me siento muy lejos de ti, Jane. 
               Nos vimos una tarde a orillas del río que rodea el castillo. Estabas sola. 
              Yo había salido a dar un paseo. Al verte, me detuve a saludarte. Tenías la mirada perdida. Tu gesto era pensativo. Te pusiste roja al darte cuenta de que no estabas sola. 
-Buenas tardes, señorita Deverell-te saludé. 
              Apenas me devolviste el saludo. 
-Disculpad que hoy no tenga ganas de hablar-te excusaste-Pero hay un asunto que me preocupa. No os lo puedo contar. 
-Lo siento-dije-Me habría gustado ayudaros. 
                            Te diste media vuelta. Te fuiste. Pero, antes de irte, me miraste. Y me miraste de un modo tan raro que me llegó al corazón. 
             Apenas nos vimos en los días siguientes. No parabas de hacer visitas. Ibas mucho a ver a tu amiga Kate. Estaba sumida en una profunda tristeza. 
            Yo quería ir a verte. Hablar contigo. 
           Pensaba que estabas preocupada por Kate. Después de todo, más que amigas, parecéis hermanas. Estáis las dos muy unidas. Yo no tengo amigos. Sólo te tengo a ti, Jane. 
             Volví a ser invitado por tus padres a tomar el té. Fui a verles personalmente para declinar su oferta. Estaba enfrascado en la escritura de mi último cuento. Entonces, te vi en el salón, Jane. 
-No seas tonta, hija-te dijo tu padre muy sonriente-Saluda al señor Harding. Es casi como de la familia. 
-Sí...-susurraste. 
            Te acercaste a mí, pero no te atrevías ni a mirarme. 
-Tenemos que hablar-me susurraste. 
-¿Sobre qué?-quise saber. 
-Os diré en breve donde hemos de vernos. No puede ser aquí. Tiene que ser en un sitio aparte. 
-Lo entiendo. Pero...
-Disimulad. Mis padres nos están mirando. 
           Te cogí la mano y te la besé con dulzura. 
-Que así sea-te susurré-Soy vuestro, señorita Deverell. 
           Me marché a la posada. 
          No quise cenar aquella noche. 
          No fui capaz de concentrarme en el cuento que estaba escribiendo, Jane. No hacía otra cosa más que pensar en ti. Quería saber de qué querías hablar conmigo. 
           Pasaron varios días. Entonces, recibí tu carta. 
            Fue una carta muy breve. Pero la releí varias veces. No me cansaba de admirar tu letra. Tienes una letra pulcra y muy bien cuidada. 
          Nos citamos en la Colina Roja, llamada así por el derramamiento de sangre que se produjo en aquel lugar durante la Revolución Inglesa. 
           Fui el primero en llegar. No tardaste en aparecer tú. Estaba empezando a anochecer y venías sola. 
-Odio este sitio-me comentaste nada más llegar-Tengo la sensación de que los muertos se levantarán de sus tumbas. Y regresarán al lugar en el que fueron masacrados. 
-Ha pasado siglo y medio desde ese fatídico día-te recordé. 
-El tiempo no pasa nunca. Los sucesos del pasado permanecen vivos en la memoria. 
               Yo sólo tenía ojos para ti. Me cogiste la mano. Te la llevaste a los labios. Aquel gesto me impresionó mucho. 
-Señorita Deverell...-dije.
-Te lo ruego-me tuteaste-Tutéame. 
-No puedo hacerlo. Está mal. 
-¿Qué es lo que está mal, Liam? ¿Está mal que nos veamos? ¿Está mal que quiera estar contigo?
            Para mi sorpresa, me besaste de lleno en los labios antes de salir corriendo. 
            Al día siguiente, quise verte. Nos citamos en el mismo lugar que la víspera. 
-Ayer, pasó algo que lo ha cambiado todo-te dije-Tu comportamiento...Tu manera de hablarme. 
-¿Me has citado para rechazarme?-me espetaste. 
-No quiero rechazarte. Sólo quiero saber qué está pasando, Jane. 
-¡Pasa que me he enamorado de ti, imbécil!
-Jane, no puedes decir que estás enamorada de mí. Soy muy poca cosa para una dama como tú. 
           Me diste un puñetazo en el brazo. Te vi furiosa. 
-¡Estoy cansada de que todo el mundo decida por mí!-me confesaste-Papá quiere que regrese a Cardiff para una segunda temporada en sociedad. Pero me aburro soberanamente en esa ciudad. Y tú dices que no eres lo suficiente bueno para mí. 
-Te mereces algo mejor que yo-traté de hacerte entrar en razón. 
-No hay nadie mejor que tú para mí, Liam. ¿Por qué no quieres admitirlo?
-Admitirlo sería una condena para ti, Jane. 
-Negarlo ya es una condena. ¿No lo habías pensado? 
            No quería pensar en nada. Mis brazos rodearon tu cintura y te atraje hacía mí. Nos fundimos en un beso largo y apasionado. Tus labios inexpertos se abrieron ante los míos. Con algo más de experiencia... Pero fríos...No habían besado con amor desde hacía mucho tiempo. Hasta aquella tarde, Jane. 
             Entonces, empezó de verdad nuestro amor. 
             Cada vez que nos veíamos en la Colina Roja, nos fundíamos en un beso lleno de amor.  
            Nos sentábamos en el suelo. Hablábamos durante horas. Tú querías hacer planes de futuro conmigo. Yo te hablaba de la realidad. Pero la realidad se ha cebado sobre nosotros, mi amada Jane. 
             Pudimos haberlo evitado. 
             Aún estábamos a tiempo. 
            Pero es demasiado tarde, Jane. 
            Hace unos días, en la Colina Roja, empezamos a besarnos con más ardor que de costumbre. Tuvimos que separarnos y tú no dejabas de temblar. 
-Tenemos que vernos en otra parte-dije, sin pensar bien en lo que decía. 
-¿Existe un sitio más discreto en toda la ciudad que éste?-me preguntaste. 
-La Cantina de Cabezas de Toro...Es discreta. 
-Y tiene un reservado. Lo sé. Lo he oído en los criados. 
-Jane, no vayas.
-Nos vemos allí mañana, Liam. 
              Te abalanzaste sobre mí. Tus labios se pegaron a los míos. Nos besamos durante un largo rato con verdadera ansia. Después, saliste corriendo. 
              Una tarde, días antes, estuvimos paseando hasta llegar al castillo. 
              No era uno de nuestros encuentros clandestinos. 
             Íbamos acompañados por tu doncella personal. Entonces, te hablé de mi primera esposa. Me había casado años antes con Sophie. Fue un matrimonio pactado entre mi familia y la familia de ella. Pero no nos importó porque nos amábamos con locura. 
             Sin embargo, nuestro matrimonio duró apenas dos años. No llegamos a tener hijos. Una súbita fiebre cerebral acabó con la vida de Sophie. 
-Lo curioso era que ella siempre había gozado de una salud de hierro-te conté-Nunca supe el porqué sufrió aquel acceso de fiebre. No me contó nada. El médico no pudo averiguar las causas. 
             Lo peor de todo fueron los rumores que oí sobre nosotros en Llandona, el pueblo donde vivíamos. Se decía que Sophie tenía un amante del que estaba locamente enamorada. Que pensaba abandonarme y huir con su amante. Pero éste se burló de ella y huyó con otra. 
           Tú me escuchabas con atención. No sabías qué decir. Te limitaste a escucharme y a entenderme. De algún modo, entendías el porqué de la soledad en la que vivía. 
-Si eso fue lo que pasó, fue una estúpida-dijiste-No supo valorar lo que tenía. 
-Nunca lo sabré-me lamenté. 
              Ayer por la tarde, nos encontramos en la Cantina de Cabezas de Toro. Entré en el reservado. Habíamos acordado que nos veríamos allí. Estabas sentada junto a la ventana. Tenías un cuaderno de dibujo en la mano. 
                  -¿Qué estás dibujando?-te pregunté.
-Quiero dibujar todo lo que me rodea-me respondiste. 
-Es un lugar sórdido. 
-Nunca antes había estado en un sitio como éste. 
-Jane...
           Desnudos sobre la estrecha cama, te tuve entre mis brazos, amada mía. Llené de besos cada centímetro de tu cuerpo. Te llené de caricias. Te hice mía mientras te susurraba palabras de amor al oído. Te besé muchas veces, mi querida Jane. Te abracé con fuerza. 
             Tus ojos se clavaron en mis ojos. Llené de besos tus hombros desnudos. Mis labios no se cansaban de recorrer tu largo cuello de cisne. Me perdí en tu mirada cargada de amor y de anhelo. No podía dejar de besarte, Jane. No podía. No dejé de chuparte los pezones que se erguían ante mí. No pensé en nada. 
             Nos besamos muchas veces. Nos abrazamos con fuerza. Nos acariciamos muchas veces. 
            Nos tocábamos. Tú besaste cada rincón de mi cuerpo. Yo te lamía. Te mordía. Te chupaba. Te estrechaba contra mi cuerpo. Te apretaste contra mí. No querías pensar. Sólo querías besarme. 
               Cuando todo acabó, me sonreíste con la misma dulzura con la que me sonríes siempre. Entonces, supe que no había vuelta atrás. Cuando me susurraste al oído que los dos nos pertenecíamos mutuamente, lo supe. Supe que nuestro amor duraría eternamente. Sólo sé que el día nos sorprendió juntos en el reservado. Y que, con el corazón lleno de dolor, te tuve que dejar marchar. Pero volveríamos a vernos. 
              Empieza a caer el Sol, Jane. Puedo ver cómo el cielo se oscurece. Oigo el susurro de las olas cerca de la posada. 
              Te escribo esta carta. Te juro una vez más mi eterno amor por ti. Quiero que sepas que soy tuyo desde siempre. 
             Todas las promesas que nos hicimos anoche son ciertas. Porque, en cuanto podamos, estaremos juntos para siempre, mi adorada Jane. 
            Porque tú también me amas. Porque tu corazón late a la par que el mío. Porque somos un solo ser. Porque existe un nosotros. 
           Porque aquí estoy yo para quererte siempre. 
           Porque te amaré hasta el último día de mi vida. 
         Tu leal amante y amado. 
         Liam.

No hay comentarios:

Publicar un comentario